¿Sátira o cinismo?
¿Qué pretenden las columnas de
Daniel Samper Ospina?
A un lector escrupuloso podría resultarle inquietante que un
hombre que se hubiera distinguido por su carrera como pornógrafo light apareciera,
de repente, como voz de la opinión pública. Ese lector encontraría una
contradicción en el hecho de que alguien dedicado a fomentar la explotación del
cuerpo femenino (explotación que es estandarte de la traquetización en
Colombia) escribiera semanalmente una columna en la que pretendiera
sensibilizar a los lectores sobre las conductas irracionales de la sociedad
nacional.
Pero en Colombia es raro encontrar lectores
escrupulosos, y es usual, en cambio, ejercer actividades aparentemente incompatibles
(para la muestra, los legisladores delincuentes). Por eso, a nadie parece
sorprenderle que Daniel Samper Ospina, director de la revista SoHo (“Sólo
para Hombres”), funja ahora también de columnista de opinión en Semana,
una de las revistas más influyentes del país.
Samper podría decir que no ve contradicción; que con sus textos
no pretende sensibilizar a nadie, ni ser la voz de la opinión pública, ni
denunciar nada: sólo reírse. De hecho, si lo dijera, la mayoría de sus columnas
lo corroborarían: en vez de crítica, hay en ellas vagos insultos, algunos
dirigidos a nuestros impresentables gobernantes y otros a la oposición
política, a la izquierda en su totalidad, a las mujeres que no se depilan, a
los pobres, a la gente mal vestida, a los feos y a cualquiera que venga a mano
para un chiste fácil.
Pero si Samper no quiere poner a sus lectores a pensar, si no
quiere denunciar nada, si solo quiere hacer chistes chocantes, ¿entonces para
qué escribe una columna de opinión? Quizás aspire a lucirse creyendo que
transgrede con su iconoclasia moderada las mores de una sociedad parroquial.
En una entrevista publicada por El Tiempo,
nuestro enfant
terrible afirma que, siendo estudiante en el Gimnasio Moderno,
se sintió “autorizado a disentir, a imprecar, a protestar, a increpar”. No sé
muy bien en dónde ejerza tal vocación infantil. Me parece que sus columnas, en
las que suele dejar en claro su posición social y menciona, sin que venga a
cuento, a su papá, a su tía y a su esposa, son inequívocamente convencionales.
Tampoco me suena que en el Gimnasio Moderno,
reputado colegio “Sólo para Hombres”, Samper haya aprendido a disentir. Creo,
eso sí, que aprendió el humor que todavía usa: un humor flojo, de buena cepa
bogotana, que no es distinto del que se lee en El Aguilucho o en
cualquier otra publicación estudiantil de un plantel de élite: el humor del
montador del curso que cuenta con que sus amigotes se reirán socarronamente de
cualquier donaire que se le ocurra.
Para ser satírico, y no meramente un cínico, Samper tendría que
dejar de usar el mismo criterio patriarcal, el mismo tono irrespetuoso, el
mismo mal gusto y la misma superficialidad de la sociedad a la que quiere
imprecar. Para ir más allá de la ridiculización, y hacer humor, tendría que
dejar de alardear de su ignorancia (“el único yogui que me parece serio es el
oso yogui”); tendría que dejar de recurrir al adjetivo “mamerto” para condenar
a quien cometa la pesadez de tener conciencia social; tendría que entender que
no es grotesco el “tapón mucoso” que sale del vientre de las mujeres al dar a
luz, y que el juego de palabras “hoy hasta las toallas higiénicas tienen
canales” no vale ni el papel en que está escrito; tendría que saber que al
confundir en broma a María Isabel Urrutia, la campeona olímpica negra, con
Paula Marcela Moreno, la ministra negra, lo único que está diciendo es que una
negra es igual a otra. Y eso no es chistoso.
Pero, sobre todo, el columnista tendría que darse cuenta de que
el buen sentido del humor, incluso el más ácido, se sustenta en la compasión.
En Colombia, un país violento, excluyente e intolerante, a veces hilarante y
muy rara vez humorístico, es peligroso que la parodia no esté bien definida.
Hay que aprender que uno no puede, en nombre de una ironía mal entendida, coger
a patadas a alguien y luego excusarse diciendo: “Es que estaba haciendo la
parodia de una persona que coge a patadas a otra”.
Por más remoto que esto suene, es lo que hizo
el enfant
terrible en su columna sobre los desplazados que se
manifestaron recientemente en el parque de la 93, donde escribe: “Traté de
interceder y negociar directamente con alguno, porque finalmente un buen pobre
no sobra y uno puede usarlo de distintos modos: para que vote por uno, por
ejemplo, o para que trabaje sin prestaciones”.
Por cierto, he oído decir que Samper se jacta de no pagarles a las
modelos que salen desnudas en las carátulas de SoHo. Me niego a creer
que un prestigioso columnista deSemana explote a sus trabajadoras. Si ha
permitido que las modelos posen gratis, seguramente es que estaba tratando de
hacer un chiste: algo así como la parodia de un proxeneta.http://www.elmalpensante.com/articulo/283/satira_o_cinismo
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